sexta-feira, 4 de maio de 2007

DEL ARTE A LA ESTÉTICA por Nadir Afonso

De uma manera general cuando se habla de «Leyes de la Naturaleza» toda la gente com­prende de que se trata. Si dijése­mos, por ejemplo, que la perfec­ción es la cualidad del objeto cuya función res­ponde a la necesidad del sujeto y que la armonía es la cualidad del objeto cuya forma responde a una ley geométricaj si dijésemos que las leyes geo­métricas son constantes -constancia en el espa­cio y en el tiempo - ; si dijésemos que la perfec­ción es una cualidad evolutiva, pues depende de necesidades personales, y que la armonía es una cualidad no evolutiva, pues depende de leyes constantes; si dijésemos que a través de la expe­riencia personal las facultades de percepción aprehenden las leyes de la naturaleza; si dijésemos que existen facultades de aprendizaje subcons­cientesj si dijésemos que es una preocupación humana natural la búsqueda de una obra de sig­nificado universal; si dijésemos que la obra de arte se distingue finalmente por su in temporalidad y universalidad; si dijésemos todo esto -aunque el mecanismo de esa «percepción» sea, pieza por pieza desmontada y el «subconsciente» probado por ejemplos controlablesj aunque, esclarecida la relación «sujeto-objeto», esa «geometría» sea inédita y sus leyes originales- asimismo, respon­demos a que «no formulamos si no principios que todo el mundo conoce y comprende».

Pero cuando, una vez coordinados esos prin­cipios», resulta que «la estética no podrá constituirse si no a través de una fenomenología de la geometría perceptiva» *, ahí reconocemos que la conclusión se comprende mal y que nadie francamente está de acuerdo con una tesis que es, no obstante, un resultado de ideas que en su simplicidad son naturalmente aceptables.

¿y por qué esa discordancia? ¿Será que la difi­cultad no consiste en aprender nociones sino en aprender su encadenamiento? ¿Será apenas eso o será que un factor de carácter mítico interviene, afectando a una racional deducción? Los ejem­plos de que ocurre alguna cosa inquietante, no son raros; un estudio psicoanalítico del mito no sería, aquí, completamente inapropiado...

«El arte es una revelación», reafirma el este­ta; ¿pero «revelación» de qué? O bien que el término «revelación» acepta el significado de simples «representaciones» y en ese caso el arte revela formas y leyes naturales o bien que pre­tende significar cualquier acción de carácter oculto, y en ese caso continuamos en pleno misterio; es decir, una de dos: o tratemos de explicar lo real o dejemos de apoyamos en este­tas racionales.

Es cierto que el irracionalismo nunca fue voluntario; sabemos muy bien que el esteta res­bala en ilusiones que él mismo desearía, cierta­mente, evitar, por lo tanto... como toda la obra de arte que presenta (sugiere, evoca, recuerda) objetos y la representación es, ya en sí, una fuen­te inspiradora de sentimientos de lo oculto... como, para mayor complejidad, esa repreción está urdida según leyes espaciales, inaccesi­bles, que el artista inconsciente y hábilmente teje; leyes que refuerzan más el sentimiento ilu­sorio de una «presencia trascendental»... sucede que, en la falta de la práctica perseverante de las formas, la caída en lo sobrenatural se vuelve fatal, como fatal se figura nuestra condenación a un eterno oscurantismo.

Cultos ancestrales persisten enraizados en el espíritu, incluso de aquellos que afirman profe­sar el más radical racionalismo. Las creencias están allá en lo más íntimo del hombre; no basta rechazadas por la razón: es necesario «exorcizar­las» por el trabajo. Sólo una elaboración sopor­tada en el campo de la práctica nos podrá reve­lar la presencia de las leyes naturales. De otro modo, la razón compleja frente a lo inexplicable es forzosamente arrastrada por sentimientos de carácter mitológico.

Después de que el esteta «racional» habla de «revelación del arte», ya está contaminado por el culto de lo sobrenatural; de la «revelación» al... «misterio», a la «magia», al «lenguaje del alma», a la «vibración interior», a la «represen­tación psicológica» hay apenas un paso.

Si pretendemos ser, por un momento, estetas racionales, debemos por lo menos reconocer que existen en el arte leyes naturales que lo rigen y que pueden y deben constituir objeto de estudio. Frente a la obra, sentimos «una inexplicable sen­sación de...», y a este «inexplicable» lo llamamos «revelación», «encantamiento», «fuerza», «ma­gia», etc, estamos confinados a lo arbitrario y nuestras explicaciones no pueden pasar de una fraseología de pompa y de enrejado poético; y , lo que es más grave, estamos prestando colabo­ración a todo aquel que, incluso sintiendo la verdad de los principios naturales, prefiere explorar las creencias y la credulidad ajenas.

En la construcción de una estética racional, la primera piedra fue lanzada: «las leyes de integración de los espacios elementales» son intensamente estudiadas en nuestros últimos trabajos. Debemos continuar este estudio; ¿o sería necesario esperar que tarde o nunca nos viniesen «desde fuera» sus enseñanzas? ¿No hemos dado pruebas de estar directamente empeñados en la formación artística y en la dig­nificación del arte?

A nuestras obras La Sensibilité Plastique, Les Mecanismes de la Creátion Artistique, Le Sens de l' Art, Da Vida á Obra, Afonso, Universo e o Pensamento, Sobre a Vida e sobre a obra Van Gogh otras seguirán.

© NADIR AFONSO

* - «Le Sens de l'Art», Imprensa Nacional, 1982.


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